LA MUERTE COMO EFECTO SECUNDARIO

“El teléfono me despertó como si gritara. Era mi padre. Era de noche.”

Escrita en 1997, esta novela se desarrolla en una Buenos Aires futura y lejana que, con ese don profético que a veces tiene la ficción, de a ratos parece próxima. La ciudad está dividida en barrios cerrados y tierra de nadie; el poder del Estado es prácticamente nulo; la violencia es permanente y las cámaras de seguridad están en todas partes; ante la fragilidad individual y social, impera la cultura de lo aparente y lo artificial.
El protagonista de esta novela, Ernesto Kollody, es un cincuentón divorciado que ha vivido a la sombra de un padre terrible. Viejo y enfermo, éste es internado en una Casa de Recuperación, donde intentarán prolongar sin piedad su agonía. Pero Ernesto logra sacarlo de allí para ayudarlo a morir en paz. Mientras padre e hijo atraviesan juntos las más increíbles peripecias, Ernesto se las relata a su ex amante, una mujer casada de la que sigue enamorado.
La muerte como efecto secundario narra como pocas novelas argentinas el clima apocalíptico que caracteriza la paranoia posmoderna. “No es una novela de ciencia ficción –afirma Ana María Shua–, sino de anticipación, una utopía negativa en la que el horror brota de un estado de cuasi anarquía.”