LA SEMILLA DE LA BRUJA

Es un lunes cualquiera de enero y Felix pasa el control de seguridad para acceder al centro correccional de Fletcher. Los guardias lo miran con simpatía y benevolencia; solo es el señor Duke, un cincuentón que en sus ratos libres organiza funciones de teatro con los reclusos. El autor elegido siempre es Shakespeare, y este año ha propuesto La tempestad. Felix accede sin problemas al recinto de la cárcel, llevando consigo algo muy peligroso pero que un escáner no lograría detectar: son las palabras, aún vivas, robustas, sonoras, de una obra en la que la venganza viaja a través del tiempo y se instala en el presente. Ensayo tras ensayo, los actores convierten la obra en un asunto muy personal y descubren algo de sí mismos que no sabían. Pero también Felix, ese profesor terco y en apariencia aburrido, tiene planes propios: llevar a cabo por fin un ajuste de cuentas con el que ha soñado durante años. Trepidante al más puro estilo Atwood, La semilla de la bruja es también un alegato al poder de la buena literatura para redefinir nuestro destino.